Perder el Control

De tu propia vida

SUN - ZI, el día que perdio el control

En la antigua China, en un pequeño pueblo rodeado de montañas cubiertas por la niebla, vivía un hombre llamado Sun-Zi . Era conocido por su sabiduría y habilidad para resolver los problemas de los demás, y muchos acudían a él en busca de consejo. Desde joven, había sido instruido en las artes del control, la disciplina y la armonía con la naturaleza. Se decía que su vida era como el curso de un río tranquilo: predecible, ordenada, sin altibajos. Sin embargo, al llegar a la adultez, algo comenzó a cambiar.

Su familia, que había sido su apoyo más cercano, comenzó a desmoronarse. Su padre, un hombre de gran fortaleza y sabiduría, enfermó sin previo aviso. Los médicos no podían hacer nada, y Sun-Zi se sintió impotente al ver cómo la enfermedad consumía lentamente al hombre que había sido su guía. Esto lo dejó en un estado de desconcierto y angustia, pues por primera vez en su vida no podía controlar el destino de alguien a quien amaba.

En el trabajo, los negocios que su familia había manejado durante generaciones también empezaron a decaer. Las inversiones fallaron, y los mercados cambiaron de manera que no pudo anticipar. Los comerciantes a quienes confiaba comenzaron a traicionarlo, y su propio corazón se llenó de desconfianza hacia aquellos que alguna vez habían sido sus amigos. Sun-Zi sentía que todo se desmoronaba a su alrededor, y por primera vez en su vida, su mente no encontraba paz.

Un día, agotado y derrotado, decidió emprender un viaje al Templo de la Montaña Luminosa, un lugar sagrado donde se decía que los monjes podían ofrecer respuestas a las grandes preguntas de la vida. Al llegar, el venerable maestro Liu, un hombre ya muy anciano, lo recibió en silencio. Sun-Zi, con los ojos llenos de desesperación, le contó su historia.

— Maestro Liu —dijo con voz quebrada—, siento que he perdido el control de mi vida. Todo lo que he construido está cayendo en pedazos, y no sé qué hacer. He intentado mantener el orden, pero la vida parece ir en contra de mí. ¿Qué debo hacer para recuperar el control?

El maestro Liu lo miró en silencio por un largo momento. Finalmente, le dijo:

— Mi querido discípulo, el control es una ilusión. El río fluye y las montañas permanecen firmes, pero el viento nunca deja de mover las hojas de los árboles. La vida no puede ser detenida ni contenida; es un flujo constante de cambios. La cuestión no es cómo controlar, sino cómo fluir con los cambios sin perder la paz.

Sun-Zi confundido, preguntó:

— Pero, maestro, si no puedo controlar mi vida, ¿cómo encontraré el camino? ¿Cómo sabré lo que debo hacer?

El maestro Liu sonrió y lo condujo hasta un pequeño jardín en el templo, donde había una fuente de agua cristalina. El agua fluía en círculos tranquilos, pero a lo lejos, una piedra había causado una ligera interrupción en el curso del agua, creando ondas que se extendían suavemente por todo el estanque.

— Mira esta agua —dijo el maestro—. La piedra ha alterado su curso, pero el agua no lucha contra ella. En lugar de detenerse, sigue fluyendo, adaptándose a la situación. Si te aferras al control como si fuera una piedra en tu camino, te sentirás como si estuvieras atrapado en un ciclo sin fin de resistencia. En cambio, si aprendes a fluir como el agua, podrás seguir adelante, sin importar los obstáculos.

Sun-Zi observó el agua y lentamente comenzó a entender. La vida no era algo que pudiera controlar por completo, pero sí podía aprender a adaptarse a los cambios, fluir con ellos y encontrar la paz en el proceso.

Sun-Zi regresó a su pueblo, pero ya no era el mismo hombre. Dejó de luchar contra los eventos que no podía controlar. Aprendió a aceptar las pérdidas, las traiciones y las enfermedades como parte de la vida. Su corazón encontró un nuevo equilibrio, y aunque las dificultades seguían presentes, ya no sentía que su vida se le escapaba de las manos.

Con el tiempo se convirtió en un hombre de gran sabiduría, no porque tuviera todas las respuestas, sino porque había aprendido que el verdadero control no radica en dominar el curso de los acontecimientos, sino en cómo uno responde a ellos. La vida, como el agua, continuaba fluyendo, y él aprendió a ser como el río: a veces tranquilo, a veces turbulento, pero siempre en movimiento.