El fin justifica los medios

Cada uno es responsable por sus elecciones y consecuencias

La elección de Javier

En un pueblo, como muchos, vivía un hombre llamado Javier. Hombre de familia, esposo y padre de dos hijos, Javier había crecido entre las reglas y los valores tradicionales. Su padre, un hombre recto y trabajador, siempre le había enseñado que el verdadero progreso solo era posible a través del esfuerzo honesto y el respeto a los demás. Sin embargo, los tiempos cambiaban, y Javier comenzaba a sentir el peso de la presión.
El mundo que conocía estaba empezando a transformarse, y las oportunidades de prosperar parecían más escasas.

Javier era dueño de una pequeña empresa textil, que había heredado de su padre. Al principio, todo parecía marchar bien. El negocio crecía, sus empleados eran leales, su familia estaba tranquila. Pero con el paso de los años, comenzaron a surgir problemas. La competencia crecía feroz, los costos de producción aumentaban y las demandas del mercado se volvían más difíciles de satisfacer.

Una tarde de otoño, mientras revisaba las cuentas en su despacho, Javier recibió una oferta tentadora de un grupo de inversionistas. Le prometían grandes sumas de dinero a cambio de permitirles tomar el control parcial de su empresa, lo que le daría la oportunidad de expandir su negocio rápidamente. La oferta era clara: Javier podría ver el progreso, la estabilidad económica y el éxito a corto plazo, pero había una condición: tendría que hacer ciertos "ajustes" en la forma en que operaba su negocio. Cambiaría las prácticas de contratación, evitaría algunos impuestos y recurriría a métodos de producción más baratos.

Esa noche, Javier se sentó en la mesa del comedor con su esposa, Mariana, y sus hijos, Raúl y Lucía. Sabía que esta decisión podría cambiar el destino de su familia, pero también sabía que de algún modo, tenía que asegurarse de que sus hijos tuvieran una vida mejor que la suya.

Mariana le preguntó, sin saber la magnitud de lo que Javier estaba considerando:

— ¿Qué vas a hacer con esa oferta, Javier? ¿Es realmente lo que necesitas para el negocio?

Javier la miró con cansancio y tristeza en los ojos. Sabía que las palabras que estaba a punto de decir marcarían el tono de los días venideros.

— Mariana, todos los días me despierto con la sensación de que no es suficiente. El trabajo duro ya no parece ser suficiente, y nos estamos ahogando en deudas. Es difícil ver cómo el negocio sigue funcionando sin que los costos nos devoren. Esta oferta podría cambiarnos la vida, darnos la oportunidad de prosperar, pero no sé si la forma en que lo piden es correcta.

Mariana lo miró fijamente, comprendiendo la lucha interna de su esposo. Ella siempre había creído que el camino correcto, aunque más lento, sería el de la ética y el trabajo duro. Pero también veía la frustración de Javier, su agotamiento.

— Pero, Javier, ¿qué le estamos enseñando a nuestros hijos? ¿Qué ejemplo estamos dando? —preguntó con suavidad.

Javier se quedó en silencio, sin saber qué responder. Raúl y Lucía, desde la otra esquina de la mesa, escuchaban en silencio. Javier pensó por un momento en la mirada de su hijo, quien empezaba a trabajar en la empresa cada verano, y en su hija, que siempre preguntaba sobre el futuro y el mundo de los adultos. ¿Qué harían ellos si alguna vez estuvieran en su lugar?

Esa misma noche, Javier salió a caminar solo, buscando claridad en la oscuridad. Pensó en su padre, un hombre que nunca había transigido, que había preferido vivir modestamente antes que sacrificar sus principios. Pero los tiempos, pensaba Javier, ya no eran los mismos. La vida se volvía más compleja, más rápida. Sin embargo, ¿podría cambiar su propia moral por una solución rápida?. Justificaba el poner en riesgo su paz interior? ¿Dejaría que el deseo de progreso pisoteara los valores que había recibido y que ahora, quizás, ya no eran tan relevantes?

Esa noche, Javier no encontró respuestas claras. Solo el sonido del silencio, como un recordatorio de algo que sabía pero que temía enfrentar.

Al día siguiente, Javier fue a su oficina, donde encontró a sus empleados trabajando arduamente. Recordó las noches largas que había pasado con ellos, solucionando problemas, celebrando pequeños logros. Pensó en la familia que había formado, en los amigos que habían estado a su lado durante los años difíciles. Pensó en lo que significaba realmente progresar. ¿Era solo dinero y éxito material, o había algo más en juego? ¿Qué pasaría si los demás comenzaban a ver que el camino fácil no solo era posible, sino que era más rentable?

Este cuento termina como quieras.