La Carpintería
Emilio un joven como muchos otros, sentía que el tiempo le estaba pasando por encima. Había pasado por varias etapas: la universidad, trabajos de medio tiempo, viajes que no le trajeron nada claro, y algunos cursos online que nunca terminaron de engancharlo. Siempre se decía a sí mismo que “algo” tendría que hacer, pero no sabía qué.
Un día, al caminar por su barrio, vio un cartel en la esquina de una tienda de madera que nunca había notado antes:
"Taller de Carpintería - Necesitamos aprendiz".
Curioso, decidió entrar. La tienda estaba llena de estantes de madera, mesas, sillas y muebles en diversas etapas de fabricación. Había una energía de trabajo en el aire que era diferente a la de cualquier otro lugar que había visitado. Un hombre de unos 50 años, con manos fuertes y ásperas por el trabajo, lo recibió.
— "Hola, ¿en qué te puedo ayudar?" — le preguntó el carpintero, que se llamaba Don Enrique.
Emilio se encogió de hombros. No sabía qué quería, ni si quería aprender algo en particular, pero le dio algo de vergüenza decirlo.
— "Vi el cartel, pero no sé... no soy carpintero ni nada por el estilo."
Don Enrique sonrió.
— "No importa. Todos los que vienen aquí empiezan sin saber nada. La carpintería es un buen lugar para aprender a hacer cosas de verdad, con tus manos, y ver cómo algo crece con el tiempo."
Emilio no tenía ninguna vocación por la carpintería, pero algo en esa tienda le transmitió una sensación de tranquilidad que no había sentido en mucho tiempo. Quizá lo mejor era comenzar con algo sencillo. Después de todo, no tenía nada que perder.
A partir de ese día comenzó a asistir al taller de carpintería cada tarde.
Al principio, sus intentos fueron torpes: no podía cortar la madera correctamente, las uniones no encajaban bien, y las herramientas le resultaban incómodas. Se sentía torpe, y a veces pensaba que no valía la pena seguir, ya que no veía una razón clara para aprender algo que no le apasionaba.
Pero Don Enrique nunca lo dejó rendirse. Cada vez que Emilio se frustraba, él le decía:
— "La madera tiene sus propios ritmos, pero no la apresures. Si no tienes paciencia con ella, nunca va a salir bien."
Don Enrique le enseñaba que no solo era cuestión de usar herramientas y seguir instrucciones; era necesario aprender a escuchar la madera, a sentir cómo reaccionaba, cómo se moldeaba con el tiempo. “La carpintería es más de lo que crees”, le dijo una vez. “Es un proceso, no un resultado rápido. Cada corte, cada lijado, es parte de lo que va a ser. Y al final, ese esfuerzo es lo que da valor.”
Con el paso de los días, Emilio comenzó a ver las cosas de manera diferente. Aunque no sentía pasión por la carpintería en sí, descubrió que el proceso de hacer algo con las manos le daba una sensación de logro personal que nunca había experimentado antes. Las pequeñas victorias del día a día — un corte recto, una pieza bien ensamblada, el lijado suave de la madera — se fueron acumulando. No necesitaba ver el “gran propósito” de todo, solo necesitaba ver lo que podía lograr con paciencia y dedicación.
Al cabo de unos meses ya no era un principiante. Había aprendido a fabricar muebles sencillos: una pequeña mesa, un banco, una estantería. No eran piezas perfectas, pero le daban un sentido de orgullo saber que las había hecho con sus propias manos. En una tarde especialmente tranquila, Don Enrique se le acercó mientras estaba ensamblando una mesa.
— "¿Sabes qué es lo mejor de la carpintería?" — le preguntó.
Emilio, concentrado en su tarea, levantó la mirada.
— "¿Qué?"
Don Enrique sonrió.
— "Que no se trata de hacerlo todo perfecto. Se trata de hacerlo bien con lo que tienes, y entender que cada pieza, cada error, cada ajuste, te enseña algo. La perfección viene con la práctica. Lo importante es que cuando termines algo, sabes que pusiste de ti mismo en ello. Que el esfuerzo vale la pena."
Emilio asintió, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió satisfecho consigo mismo. No tenía que ser un gran carpintero ni un experto. Lo que había aprendido era que hacer algo con dedicación y paciencia te daba un propósito, aunque no fuera lo que inicialmente esperabas.
Al final no se convirtió en carpintero profesional ni abrió su propio taller, se dedico a otra actividad, su verdadera vocación, que descubrió mientras trabajaba la madera: todo requiere su tiempo y aprendizaje aunque los resultados no lo veas de inmediato.
Lecciones del cuento:
La paciencia es clave: Emilio, al principio, quería resultados rápidos y fáciles, pero la carpintería le enseñó que el verdadero valor está en el proceso, no en lo que haces inmediatamente. Con paciencia y práctica, las cosas mejoran.
La importancia de empezar sin expectativas claras: A veces, no necesitamos tener una gran pasión o vocación para empezar algo nuevo. Lo importante es estar dispuesto a aprender, a hacer lo que tienes frente a ti con dedicación, sin esperar tener una visión clara desde el principio.
El valor no siempre está en la perfección: En la vida, no todo tiene que ser perfecto para ser valioso. Lo importante es que lo que haces sea auténtico, que pongas esfuerzo y atención en lo que estás creando.
Eso ya le da valor al proceso.El esfuerzo trae satisfacción: Aunque no encontró su “gran pasión” en la carpintería, aprendió a disfrutar de hacer bien las cosas pequeñas, a poner de sí mismo en cada tarea. A veces, lo que importa es lo que aprendes en el camino, no el destino final.
Cualquier actividad puede enseñarte algo valioso: No se trata solo de encontrar lo que “te apasiona” de inmediato. A veces, lo que se necesita es aprovechar lo que tienes a tu alrededor, aprender de cada experiencia y descubrir el valor que tiene hacer bien las cosas, aunque no sean grandes proyectos.
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